El siguiente post, es el relato de Pablo, Claudia, Maria del Mar, Diego y Irene, las y los participantes de Madrid Outdoor Education en un proyecto sin precedentes. Un intercambio juvenil que fue capaz de despertar conciencias, de entrelazar personas y de empoderar a nuestras cinco participantes a vivir como su corazón les guía.
Este tuvo lugar durante los días 17 – 22 de julio del 2019 en un pequeño pueblo en las montañas polacas, que se hacia llamar Wolimierz.
Allí les esperaba una aventura que, sin duda, iba a marcar un antes y un después en sus vidas.
A mitad de uno de los meses más calurosos del verano, cinco jóvenes ilusionados por vivir nuevas experiencias, nos dispusimos a embarcar al avión que nos llevaría directos a uno de los viajes más alternativos e inolvidables de nuestras vidas.
Aterrizamos en Praga y nuestro proyecto acababa de empezar. Tras varios autobuses y trenes, llegamos a un pintoresco pueblo de Polonia. Era increíble: la gente, las tiendas de dulces y las fachadas de aquellos edificios desprendían amabilidad. En la plaza, quedamos con uno de los responsables del espacio donde pasaríamos los siguientes diez días. Se hizo de noche y el viento polaco atravesaba nuestras ligeras chaquetas mediterráneas. De repente, entre la bruma de aquellas estrechas calles, aparecieron dos furgonetas que avanzaban vibrando por los irregulares adoquines del pueblo. Por fin llegamos a Woliemierz, donde nos recibieron en una casa tradicional con una guitarra y una ensalada en un barreño verde.
Al día siguiente fuimos en busca del desayuno, una serie de platos veganos y sostenibles creados en tierras locales, que bien nos daban claves de cómo iba a ser el proyecto. Tras este deleite sensorial, conocimos más a fondo al resto de integrantes de nuestros países vecinos: Inglaterra, Italia, Portugal y Letonia. Con los que hicimos varias actividades dinámicas acompañadas de la naturaleza más pura… Tras esta breve introducción fuimos al “Atelier” Woliemierz.
“Atelier” es un espacio de trabajo, creatividad, compañerismo e ideales. Los líderes nos integraron en el engranaje de esta máquina utópica. Primero, hicimos una ruta por las profundidades de los bosques de Pobiedna, donde “Magic”, uno de los miembros de Atelier, nos contó la historia de este lugar. Después, ya en Atelier, nos mostraron las instalaciones que disponían para realizar talleres, conciertos y demás actividades.
Los primeros días nos sirvieron para entender cómo funciona una comunidad sostenible y autosuficiente, que no depende del sistema neoliberal ni de las necesidades capitalistas a la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados. El trabajo en equipo y los valores ecológicos creaban un ambiente digno de admirar, donde voluntarios de todo el mundo se reunían el tiempo que necesitaban y coperaban por el bien común, como si de una gran familia se tratara.
Los talleres los preparabamos nosotros mismos, no teníamos horarios estrictos. Eso hacía que fuéramos autónomos y que estuviéramos comprometidos con el proyecto. Cada equipo organizaba las actividades que íbamos a disfrutar a lo largo del día, solían ser actividades en contacto con la naturaleza, es decir, al aire libre; además de participativas y muy dinámicas, incluso alguna de ellas con carácter deportivo. Era como vivir en una burbuja de felicidad.
Iban avanzando los días y las actividades se centraban cada vez más en cómo organizar un festival de música. La estructura de la carpa principal, el escenario y la pista de baile tenían que reconstruirse; las entradas del festival limpiarse y algunos de nosotros diseñamos y pintamos carteles cargados de estética punk. Como si de un hormiguero se tratara, cada uno de nosotros cumplía su función para configurar la estructura de este majestuoso “Anarcho Folk Punk Festival”.
El primer día de conciertos nos dividimos en grupos rotativos donde cada uno tenía que cooperar en alguna actividad. Esta decisión de movimiento laboral también era voluntario, “nos encantaba estar en la barra sirviendo bebidas, hemos sido mucho tiempo camareros y ahí conocíamos gente de todo el mundo“. Pablo y Claudia”; “el puesto de venta de tickets era mi sitio” Diego”; “nosotras indicábamos a la gente los horarios de los conciertos y la zona de acampada“. Mar e Irene”. De alguna manera, cada uno de nosotros materializaba sus cualidades en pequeños oficios que ayudaban a dirigir el barco hacia la isla del tesoro.
A pesar de estar en un festival, nadie se saltaba las reuniones con Dredka (coordinadora del erasmus) o nuestras quedadas matutinas para desayunar. Todos éramos responsables y conscientes, o mejor dicho, éramos libres de tomar nuestras propias decisiones.
Este evento no solo nos ha enseñado que hay otros caminos alternativos a los que nuestro sistema nos ha impuesto como correctos. También aprendimos a convivir en comunidad, la antítesis de individualización urbana que tan tóxico nos hace el asentamiento en las grandes ciudades.
El amor, el respeto y la sinergía con la madre naturaleza, fue otro de los aspectos docentes que bien nos mostraron en esta pequeña población plurilingüe.
Por último y no por ello menos importante, queremos brindar por la gran felicidad que nos producía bailar la música punk – folk rodeados de las personas más curiosas que jamás hayamos tenido el placer de conocer.
Nunca olvidaremos este proyecto.
Atelier Woliemierz es real, es presente, nos hace libres y nos dió claves para ser más humanos.
Spanish team
Y si tú también quieres vivir super experiencias como la que acabas de leer, no lo dudes más y ¡atrévete! En nuestra web puedes encontrar más información sobre este tipo de programas europeos , así como en nuestro blog leer otras experiencias similares.
Además, te invitamos a unirte a nuestro grupo de WhatsApp si definitivamente no te quieres perder ninguna oportunidad.
¡Escribídnos con cualquier duda o sugerencia! ¡Un saludo enorme amigas y amigos!